En medio del dolor

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Hace algún tiempo atrás, atravesé una experiencia de profundo dolor. Porque, no importa el color, la edad, el sexo, el estatus o  la creencia,  el dolor nos toca a todos de una forma u otra. En ese momento,  tan amargo para mí,  experimenté sentimientos de haber sido utilizada, burlada, engañada, rechazada y ofendida. Hubo días de lágrimas y llanto, en los que sentía  que ya no me daban las fuerzas para continuar. Porque hay momentos de los que crees que no te vas a poder levantar, hay experiencias que parecen muy difíciles de superar. Y uno se aferra al dolor como si fuera lo único que tiene en la vida. Afloran sentimientos de rabia, decepción, impotencia y hasta amargura. Quieres salir corriendo, pero sabes que tienes que permanecer. Una de las noches en que el dolor era más intenso, caí al borde de mi cama llorando y  recuerdo que solo le pedía al Espíritu Santo fuerzas para poder seguir. Yo no quería aquel dolor, pero no sabía cómo soltarlo.  Y allí,  tirada a los pies de mi cama, de pronto experimenté esa presencia que solo podía ser el Espíritu.  Y de repente, aquella voz en mi interior que me dijo: “suéltalo, no es tuyo”. Con las pocas fuerzas que me quedaban y sin entender lo que el Espíritu quería llevarme a hacer, le pregunté: ¿Qué quieres que suelte?, y de inmediato me contestó: “ese dolor, no es tuyo”. Confieso que luché. Me había aferrado al dolor, sentía que tenía derecho de sentirlo,  porque había sido herida,  injuriada, ofendida. Según yo,  tenía toda la razón para estar así. Pero entonces entendí lo que el Espíritu quería mostrarme. Sentí el bálsamo de su amor, de su paz, de su consuelo y entendí que ya el dolor había sido clavado en la cruz.  Aferrándome al dolor,  en lugar de aferrarme al perdón y  a la sanidad, no iba a alcanzar el siguiente nivel al que el Señor quería llevarme a través de esta experiencia. `

Esta experiencia de dolor no fue una que quise compartir con nadie. Y es que, muchas veces, cuando alguien te causa dolor, lo queremos compartir con todo el mundo.  Y no nos damos cuenta que vamos transmitiendo veneno al corazón de otros contra esa persona que nos lastimó. Nuestro deseo en ese momento es que otros sientan lo que tú sientes, que puedan identificarse con tu dolor. Sientes que es una manera de que se te haga justicia. Hablamos de la situación con todo el mundo, como si el dolor fuera a disminuir de esa manera, sin darte cuenta que es todo lo contrario. Mientras más hables de él, más crece, más espacio le estás dando en tu vida y más veneno estás repartiendo a otros a quienes estás dañando injustamente con tu dolor y tu herida. Y tristemente,  muy poco le dejamos a Dios hacer en medio de ese dolor.

Llevar mi dolor solo a los pies de Cristo, fue una experiencia restauradora. Escoger el perdón, cada día, cada vez que llegaba un recuerdo doloroso, que pretendía abrir la herida,  hizo que el momento fuera menos largo. No había nadie que me lo recordara, no había nadie que me ayudara a justificar el dolor. Solo el Espíritu, llevándome en cada paso a la experiencia del perdón y la sanidad. Todo pasó, el dolor terminó. Hoy puedo contarlo con la mayor satisfacción de crecimiento que jamás haya atravesado en mi vida. Puedo mirar a quien me lastimó, sin resentimientos ni corajes y restablecer un vínculo de paz y nuevos comienzos. Y tengo la satisfacción de saber que no dañé a nadie con mi dolor. Utilicé el dolor como un escalón a mi siguiente nivel. Hoy sé lo que es escoger por encima de un  sentimiento y no dejarme manejar por lo que siento, sino por lo que sé que tengo que hacer. Dejar de ser almática, es algo que sólo puedes aprender en medio del dolor, entendiendo que este no te puede detener, sino hacerte más fuerte.  

No sé cuál pueda ser tu experiencia con el dolor o con alguna herida hoy. Yo solo quiero decirte que no morirás,  que el dolor no es el final, sino el comienzo de una nueva etapa, de un nuevo nivel, de una madurez que te llevará a ver otras áreas de tu vida transformadas, si decides utilizarlo como un escalón.  No te aferres a él, suéltalo, no es tuyo. Ya Jesús lo clavó en la cruz y te dio la victoria sobre él. Si tú lo puedes creer, lo vas a vencer. Declaro sobre ti la sanidad, el perdón y el shalom de Dios, recíbelos. Bendiciones.

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