Es para crecer

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A nadie le gusta ser herido y lastimado. Como seres sensibles, con sentimientos, al sentir que somos heridos, corremos a escondernos y nos alejamos de todo aquello o aquellos que nos ha lastimado. Cuantos de nosotros no hemos estado, por mucho tiempo, heridos, lastimados, resentidos, guardando un recuerdo de algo que nos hirió, la molestia con alguien que nos lastimó, la distancia por alguien que nos marcó con rechazo, con burla o alguna experiencia dolorosa.

Al momento de alejarnos, lo hacemos o nos justificamos pensando: esto no es lo que Dios quiere para mi vida, esto no es lo que merezco, no es justo ser tratado de esta forma, entre otros pensamientos que pueden llegar. Aprendemos a levantar muros de indiferencia empañetados de dolor y hasta de amargura, sin darnos cuenta de que estamos quedando encerrados dentro de un sentimiento que nos hunde y nos opaca. Muchas veces, permanecemos al lado de personas que nos han herido y lastimado, porque no hemos sabido o encontrado como salir, levantamos el muro, pero no tenemos la capacidad de perdonar, solo sobrevivimos y existimos, pretendiendo que vivimos, aunque por dentro estamos dolidos y lastimados.

En otras ocasiones he mencionado que hay sentimientos difíciles de manejar, y definitivamente, este es uno de ellos. Porque generalmente la herida nos hace correr a escondernos y abandonar nuestro lugar. Y hoy tengo que decirte que, salir corriendo y abandonar nuestra posición no es la salida correcta. Una herida va a ser, más o menos dañina a nuestras emociones, dependiendo de cuan fortalecidos estamos en nuestro interior. Aunque parezca absurdo lo que voy a decirte, una herida bien manejada, va a transformar tu vida y a convertirte en un ser más fuerte, con mayor madurez, a prueba altibajos y vaivenes que van a ocurrir en nuestra vida.

Huir del dolor y de enfrentar la situación es precisamente lo que te mantendrá vulnerable siempre. Pero ¿cómo no huir si es precisamente eso lo que nuestra alma grita?  No puedes mirar la herida como un acto de injusticia, porque esto te haría ocupar el rol de víctima, y el victimismo no resuelve nada en la vida.  Para sanar, necesitas entender que no depende de lo que la otra persona haga o como se comporte, ya sea que tenga un acto de arrepentimiento o no lo tenga, perdonar y sanar depende de ti y solo de ti. Al final entenderás que el dolor te llevará a crecer, si tú así lo permites.

Tener un sentimiento de dolor inicialmente, es normal. Querer mantenerlo y aferrarte a él, no lo es. Tienes que soltar para ser libre tú. Una vez más, la respuesta está en como piensas acerca de la situación. Suelo recordar la anécdota del agua hirviendo. Esta es la historia donde, en una olla de agua hirviendo, se introduce una zanahoria y este termina hecha pedazos, prácticamente destruida. De igual forma se pone un huevo, pero, por el contrario, este termina duro, casi impenetrable, para encontrar su interior tienes que romper y profundizar. Pero en la misma agua hirviendo, se introduce café, y este, fuera de tomar la textura o la actitud incorrecta, es capaz de soltar su esencia y su aroma, dando lo mejor de él.

Entonces, somos nosotros los que decidimos como trabajar ante cada situación. Puedes dejar que la situación te destruya, puedes dejar que la situación te endurezca y te esconda, lo que hace que no puedas recibir nada de otros, porque decides encerrarte tras el muro. O puedes decidir que esta situación saca lo mejor de ti. Todo depende de lo que estés lleno, porque al final, cada uno da de lo que tiene en su interior.

Una persona que vive herida solo podrá ir dañando a otros de la misma forma que ella lo está. Pero una persona que ha decidido llenarse del perdón, que solo viene de Dios, va a poder llevar a otros lo mismo: el perdón y la gracia de Dios, porque eso fue lo que decidió tomar para su vida. Tú puedes decidir hoy lo que haces con la herida que alguien pudo ocasionarte, indistintamente de la posición que esa persona ocupe en tu vida.  El control sobre tu vida, lo tienes solo tú. La herida es como un obsequio que alguien quiere brindarte, tú decides si lo tomas o no.

El rey David, antes de llegar a ser rey, fue herido muchas veces y hasta amenazado de muerte por Saúl, quien después de haberlo amado, lo odio y despreció a muerte. David pudo haber huido y hasta la oportunidad de matarlo tuvo en sus manos, pero no lo hizo. David conocía el amor y la misericordia de Dios, y se llenó de estos para mantener su posición. Dios mismo fue su justicia y quien lo llevó a la promesa que había depositado sobre él.

¿Quieres justicia para tu caso? Tengo noticias para ti: “Tú eres la justicia de Dios en Cristo”. Pedir justicia es solo mirar hacia afuera sin mirarte a ti y todo lo que Dios te ha perdonado y te ha dejado pasar. Deja que Dios opere como Él sabe hacerlo. Asume el perdón de esta que Jesús que lo asumió, aun sabiendo que pagaba injustamente por los pecados del mundo. Él no abandonó el plan del Padre, se mantuvo en su lugar y demostró su capacidad de amor, manteniendo el gozo de saber que estaba cumpliendo con aquello a lo que había sido llamado. No dejes que una herida marque tu vida, no la tomes, suéltala. Asume el perdón y la misericordia que Jesús asumió contigo sin tu merecerlo. Mantén tu página en blanco, y la sanidad y la paz te invadirán inevitablemente. Dios hará lo que tu no puedes hacer y sabrá restaurar y fortalecer cada área de tu vida y te verás logrando lo inexplicable, lo que otros no entienden, porque solo a través de Jesús es posible. El perdón al otro quizás no le cueste nada, pero a ti tampoco te costó y te fue otorgado por amor. Disfruta de su gracia y su paz sobre ti hoy.

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