Primogénitos

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En estos días escuchaba una enseñanza acerca de como una semilla debe morir para poder dar fruto. Esto es totalmente necesario, de lo contrario, la semilla no puede producir. Una semilla es sembrada en tierra y, definitivamente, no puede dar otro fruto que no sea de lo mismo que fue sembrado. De lo contrario, sería un evento anormal de la naturaleza. Nadie espera sembrar chinas y cosechar limones. Meditando en todo esto y en partes de la palabra, sentí una revolución en mi mente que hoy te comparto.

La palabra nos compara a cada uno de nosotros con tierra, la tierra que es labrada para que se produzca un fruto. Por otro lado, habla de una simiente (semilla) perfecta, esa simiente es Cristo.  Y esa simiente ha sido sembrada en cada uno de nosotros quienes representamos la tierra que ha de ser cultivada. Esa semilla cumplió su función de morir, ya lo hizo cuando fue a la cruz del calvario y alcanzó y dejó para nosotros una obra consumada.

Entonces, tenemos todos los componentes para que se produzca un fruto: el terreno (tu y yo), la simiente (Cristo) y la función necesaria para que rinda fruto, muerte de la semilla (simiente). Quiere decir, que es necesario que podamos entender que, si la simiente fue depositada en nosotros, no puede producirse otro fruto que no sea Cristo. Ahora se me hace tan claro cuando la palabra nos dice que a través de Cristo pertenecemos a la congregación de primogénitos.

Jesús vino a la tierra a mostrarnos al Padre, y para eso, vivió como hijo. El Padre lo reconoció como su “hijo amado”. Pero esto no nos quita el lugar de hijo que cada uno de nosotros tiene. Eso debe abrir nuestra mente para entender que, así como fue Jesús, somos nosotros en este mundo. Tu y yo también somos sus hijos amados. Cristo murió y, a través de su muerte, se multiplicó en cada uno de nosotros.

Es por eso por lo que ahora el Padre está en busca de los hijos, aquellos que reconocen que vinimos a esta tierra para ser parte de la congregación de primogénitos en Cristo (Hebreos 12:23). No te excluyas, tu eres uno de ellos.  Y la tierra aguarda por la manifestación de los hijos. Aquellos que saben que, cosas mayores que Jesús haríamos.

Ya es tiempo de que reconozcamos quienes somos en Cristo. Por mucho tiempo la iglesia ha estado manifestando lo incorrecto. Se ha unido a la voz del sistema de este mundo, al mundo que Jesús venció. Si Jesús venció al mundo, tu y yo también.

Ha sido la mentalidad de este mundo la que no nos ha permitido manifestar al Dios que predicamos. Predicamos a un Dios que sana, pero vivimos enfermos, un Dios que liberta y hemos vivido atados y oprimidos, un Dios que prospera, pero criticamos la prosperidad y a todo aquel que lo hace. Predicamos un Cristo que nadie puede ver en nosotros.

En fin, hemos visto a Jesús como una figura histórica y lo hemos admirado y celebrado, pero no lo hemos visto como el hijo de Dios que fue depositado en nosotros para darnos la identidad correcta que debe ser madurada en nosotros. Es necesario que seamos como él lo fue. El Padre anhela tener los hijos correctos. El sacrificio de Jesús se hace en vano si no reconocemos la verdadera razón por la que fue hecho.

Alimentémonos con el agua correcta, la palabra de vida. Ella es la que nos revela a Jesús, y permitamos que esa identidad correcta de hijos primogénitos pueda dar su fruto en abundancia para que otros puedan comer. Este es el tiempo de los hijos, tu eres uno de ellos, DESPIERTA.

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